COLABORACIÓN
Reflexiones en pandemia
SARA GONZÁLEZ SANCHO
Ayer me levanté temprano, como todos los días, cuando apenas clareaba. El cielo estaba plomizo, con niebla, y sólo se veía luz en alguna de las ventanas del patio.
Después de un rato comencé a escucharlo. Era un canto maravilloso, diferente, especial. Como desde hacía varios días, se oía nítido y claro en medio del silencio. Quise ver quién cantaba. Me asomé por la ventana y allí estaba, puesto en lo alto de una antena del tejado, en el lugar más elevado, tranquilo, cantando sin prisa para alegrarnos a los seres humanos y recordarnos que el Creador está ahí, atento a cada uno de nosotros, llamándonos y buscándonos para que volvamos a Él. Mientras muchos permanecemos dormidos, ahí está, el más madrugador, cantando a su Hacedor porque sí, porque es un nuevo día que está vivo, porque las tinieblas de la noche han dado paso a la luz del día, porque espera en Ti para que le des la comida a su tiempo.
¿Y yo? ¿No tengo muchos más motivos para dar gracias a mi Creador? Aunque por un lado me sienta angustiada, preocupada y triste, y no solo por la situación grave que estamos viviendo, sino porque no puedo hacer tantas cosas vacías en las que ocupo mi existencia, escuchar a ese pájaro me llenó de paz, sentí que Dios me invitaba a seguir confiando en Él, porque detrás de todo esto Él está actuando, sin que nada escape a su control. Y mirando a mi alrededor, a ese patio silencioso y dormido, me acordé de las palabras que Eliú, el amigo más joven de Job, pero también el que habló con más sabiduría, pronunció:
“Y ninguno dice: ¿dónde está mi Dios y mi Hacedor, que da cánticos en la noche, que nos enseña más que a las bestias de la tierra y nos hace más sabios que a las aves del cielo? …” (Job 35:10 y 11)
¿Cuántos seres humanos, ante todo esto que está ocurriendo, consideran y alzan sus ojos a Dios? ¿O más bien se cumple la realidad constatada por Salomón hace tantos siglos, de que el hombre tampoco conoce su tiempo? “Como los peces que son presos en la mala red y como las aves que se enredan en el lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos” (Eclesiastés 9:12).
¿Cuántos reflexionamos sobre lo que nos está ocurriendo, examinamos los errores de nuestra manera de vivir y dirigimos los ojos al Cielo, como nuestra única esperanza? ¿O, por el contrario, estamos envanecidos, llenos de orgullo y jactancia y lo que realmente deseamos en el fondo de nuestro corazón es que pase todo cuanto antes para lanzarnos con más ansia todavía a nuestras ocupaciones vacías y superficiales? Ante la adversidad, ¿es verdad que aflora, como nos decimos, lo mejor de nosotros, o más bien lo que emerge es nuestro egoísmo y crueldad, desde los niveles más elementales a los más elevados, con pequeñas excepciones?
Te doy gracias Señor, porque Tú me invitas a mirar a esa ave del cielo, que no siembra, ni siega, ni recoge en graneros y Tú la alimentas; a ese pájaro común que siempre espera en Ti para que atiendas sus necesidades; gracias porque me dices a mí: ¿no vales tú, mujer de poca fe, mucho más? Así que no estés ansiosa por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio mal o afán, basta a cada día su propio mal.
Hoy me levanté a la misma hora y abrí la ventana con la esperanza de escuchar otra vez a ese pájaro. Pero hoy, aunque ya es primavera, no estaba. Quizás mañana vuelva, quizás no, pero no importa, no me olvido de lo que me ha enseñado: que su vida, tal vez para nosotros insignificante, está en Tus manos, como la mía y la de cada uno de mis hermanos; y que Tú las cuidas todas con esmero, especialmente las nuestras, aún en este tiempo; que cada día tengo muchos motivos para cantar y agradecer a Dios en mi corazón muchísimas más cosas que ese ave; y, sobre todo, porque en medio de este caos, Tú Voz repite:
“Invócame en el día de la angustia, te libraré y Tú me honrarás” (Salmo 50:15).