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Clasificación:
Estudios Bíblicos – Exégesis y Hermenéutica
Estudios a la 1ª Epístola de San Juan
De los 27 Libros inspirados que forman el Canon del Nuevo testamento, los documentos más tardíos lo constituyen los escritos del apóstol Juan: 1ª Epístola de Juan, la 2ª, la 3ª y, finalmente, el Evangelio de Juan y el libro de Apocalipsis. La obra de este discípulo y apóstol del Señor es de la máxima importancia, no solo a la luz del Nuevo Testamento, sino en el contexto de toda la Revelación de Dios. Destaca la personalidad del autor y su profundidad en el análisis teológico que realiza. Cada uno de los denominados Evangelios, considero que persigue una finalidad determinada. En el Evangelio de Mateo se trata de hacer ver que las diversas profecías y aseveraciones del Antiguo Testamento sobre El MESÍAS se habían cumplido en la persona de Jesús de Nazaret, y es un libro escrito, pensando especialmente en el pueblo Judío. El Evangelio de Marcos (probablemente el primero de los cuatro) intenta realizar una biografía muy “sui géneris” de la persona del Maestro de Galilea, haciendo un énfasis especial en los últimos días del Señor, en sus dichos y hechos, antes de ser crucificado. Le corresponde al médico Lucas presentar las bases históricas sobre los que se asienta el Cristianismo. Lucas, hombre de gran erudición y basta cultura; no solo era uno de los médicos más eminentes de su época, sino un historiador concienzudo y riguroso. Realizó una investigación, muy sería, sobre todo lo concerniente a la vida de Jesús y elaboró la infraestructura científica de su Primer tratado (el evangelio de Lucas), para afianzamiento en la fe de aquellos que habían creído y los que creerían en el futuro. La teología de Lucas guarda amplias coincidencias con la del apóstol Pablo en cuanto a temas que tienen que ver con la justificación por la Fe y la salvación por la Gracia. Conocemos por la literatura neotestamentaria las coincidencias entre los tres Evangelios (Marcos, Mateo y Lucas) por lo que han sido denominados Evangelios Paralelos o Sinópticos. El evangelio de Juan es el de la dimensión teológica más profunda de los cuatro. Juan analiza la Historia de la Salvación trascendiendo el tiempo, el espacio y la propia historia humana, para investigar la misma, desde sus comienzos, en el mismo corazón de Dios.
La primera epístola, cuya exégesis y hermenéutica, que en estos estudios presentamos, se enlaza y entronca, especialmente, con el denominado prólogo del Evangelio de Juan (capítulo 1º). En esta magistral obra se trata nada menos que de la esencia del Plan de la Salvación de toda la Economía Divina; en definitiva la MATERIALIZACIÓN DEL ESPÍRITU (Antropologización de Dios: “el Verbo se hizo Carne”. El término griego egeneto, significa: llegar a ser, hacerse, volverse y tornarse. Lo que sin duda demuestra, como lo presenta Lucas en su capitulo primero, que la ENCARNACIÓN FUE UN PROCESO NECESARIO) para que se pudiera dar lugar a la PNEUMATIZACIÓN (materialización o espiritualización) DE LA MATERIA (Divinización del Antropos – Tierra Nueva y Cielos Nuevos).
Con la encarnación empieza le pneumatización de la materia. Juan escribe para combatir el nacimiento, a finales del siglo primero, del movimiento gnóstico. En un principio dicho movimiento presentaba diversas formas (el Cristus Spirituales, el Docetismo, etc.). En los primeros textos de esta Carta se fundamenta la base histórica y organoléptica de la Encarnación: La manifestación del Logos de Vida, Divino y Eterno en una Persona Visible y Palpable, dentro de una época histórica precisa. Todos los evangelios sinópticos parten de un acontecimiento histórico (el nacimiento de Jesucristo, el principio del ministerio de Juan el Bautista, la proclamación kerigmática del Reino de Dios por Jesús de Nazaret. El apóstol Juan en esta primera carta va más allá de la historia (realidades pre-históricas), de la creación cósmica (realidades pre-cósmicas), de la creación del Hombre (realidades re-antropológicas), y de la creación de la cultura (realidades pre-culturales); por otra parte partiendo de realidades materiales (organolépticas) y mediante el testimonio de los órganos de los sentidos da un testimonio de la Encarnación (la antropologización de Dios) irrebatible.
Los gnósticos consideraban que tenían una percepción de las realidades inmanentes y trascendentes superior a la de los apóstoles, y que su conocimiento de Dios y de Jesucristo estaba muy por encima de todo lo que se había dicho y escrito, hasta aquel momento (finales del siglo primero). Se consideraban maestros con un conocimiento superior al de aquellos que habían estado al lado del Hijo de Dios y habían vivido y bebido sus enseñanzas. Nacieron en el seño del cristianismo y sus presupuestos teológicos –místico– aberrantes siguen contaminando la mente y el espíritu de millones de seres humanos hasta el DÍA de hoy. Los peores males al cristianismo se los han infringido personas que han militado en su seno. Esta lamentable realidad sigue dándose en los días actuales. La finalidad de las doctrinas gnósticas era demostrar que la ENCARNACIÓN DEL VERBO, no era una realidad; es decir que no se había producido LA ANTROPOLOGIZACIÓN DE DIOS.
Por otra parte en esta epístola se nos presenta el desarrollo de la personalidad del creyente conforme a la conciencia que tenga de la Pneumatización de la Materia o Antropologización de Dios en el personaje histórico de Jesús de Nazaret. También, en la misma se trata el problema del Anticristo (literalmente “anticristos”) en el devenir de la Historia. La parte ESCATOLÓGICA de este valiosísimo documento, novotestamentario, pone en serio cuestionamiento algunas doctrinas, elaboradas en el siglo XIX, que no resisten un análisis serio, desde el punto de vista exegético y hermenéutico.
También se trata en esta carta, teológicamente, tan valiosa el tema de la 2ª Venida de nuestro Señor Jesucristo (La Parusía) y el de la Pneumatización de nuestro cuerpo y su trascendencia metafísica.
En definitiva toda la epístola está al servicio de la verificación de la Encarnación, como medio para que el Plan Económico de la Salvación de Dios pudiera realizarse. SIN ENCARNACIÓN NO HAY REDENCIÓN. SIN ENCARNACIÓN NO HAY UN CRISTO CÓSMICO EN EL QUE HABITA, CORPORALMENTE, TODA LA PLENITUD DE LA DEIDAD. Sin encarnación no hubiera sido posible el acto soteriológico (salvífico) de Cristo para reconciliar todas las cosas con Dios. Por eso podemos y debemos decir ¡gracias a Dios por su DON INEFABLE: JESUCRISTO!; este es el verdadero Dios, y la vida eterna.