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Estudios Bíblicos
Sociología y psicología de la marginación
La marginación es una de las características esenciales, cualitativas y cuantitativas, que definen por antonomasia a la gran mayoría de los seres humanos. Existen en nuestro planeta más de 7500 millones de habitantes, de los cuales la mayoría son pobres. La pobreza constituye el alma y las entrañas de la marginación. Miles de millones viven (sobreviven o mueren) en la más abyecta esclavitud, y por consiguiente devienen su existencia hundidos en el fango nauseabundo de la miseria. Existen diversos ámbitos donde se gesta y se desarrolla la marginación. Hay marginación social, económica, laboral, política, moral, anímica y espiritual.
Si se encuestase a millones de cristianos, de todo el mundo, sobre las causas que originan la marginación, creo que su respuesta sería unánime: la causa de que 3/4 partes de la humanidad estén en situación paupérrima de absoluta marginación es el pecado. Si bien desde el punto de vista teológico (hermeneúticamente hablando) se podría defender que el pecado como desestructuración amártica del ser (griego – amartia – error, fracaso y frustración), constituye la infraestructura de todos los males; este argumento, tan moralizante, no bastaría para justificar a la élite humana, y a su situación de privilegio, viviendo en la codicia y ambición mas detestable. El hombre más grande que vivió en esta tierra, Jesús de Nazaret, denunció más que al pecado, los pecados de aquellos detentadores del poder que viven ultrajando, vejando y explotando a los más débiles y humildes. Muchos siguen defendiendo que Jesucristo fue neutral y trató por igual a ricos y a pobres. Yo creo, muy sinceramente que esto no es cierto, y que esta enseñanza, que imparten algunos que se consideran defensores de la sana doctrina, es espuria y falsifica, por intereses no legítimos, los contenidos del mensaje salvífico y liberador del Evangelio. Los que viven en la opulencia, en palacios, en grandes mansiones, y amasan enormes fortunas contaminadas con el sudor y la sangre de todos los desterrados y parias de esta tierra, necesitan un narcótico para adormecer su conciencia contaminada por todos los crímenes económicos, laborales, sociales y morales que han cometido y cometen a lo largo de su vida. Por eso el poder y la religión que anestesia las conciencias van, siempre, juntos. A estos seres amorales, si que se les podría aplicar aquella verdad lapidaria de Carlos Marx: la Religión es el Opio del Pueblo.
El Verbo, Dios en esencia, se hace Hombre en la persona histórica de Jesús de Nazaret. Esto supone, en el tiempo histórico (gr- kronos) un proceso que en el evangelio de Juan se explicita así: “Y aquel Verbo fue hecho (gr-egeneto = llegar a ser, hacerse, volverse, tornarse) carne (persona), y habitó (gr-lit – acampó, tabernaculizó) entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito (gr- mono-genes) del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Este proceso, que constituye toda la infraestructura de la Historia de la Salvación, supone la Humanización de Dios o la Materialización del Espíritu. Sin ENCARNACIÓN no hay REDENCIÓN. Encarnación y Redención constituyen las realidades soteriológicas que se dan en el corazón del devenir humano como acontecimientos escatológicos que plasman el establecimiento del Reino de Dios (reino de igualdad, libertad y fraternidad) que trasciende el pretérito y el futuro de la Historia.
Jesús de Nazaret, se preocupó de manera muy especial de todos aquellos que vivían y morían en la marginación. El mismo era un marginado por el Sistema. Tenía que decir de si mismo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza”. Su vida se quemaba, ante los poderosos que gestaban un mundo agonizante de justicia, en este esfuerzo solidario: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”. Ocuparse de los marginados debiera de ser el quehacer de cualquier cristiano/a que quiera ser consecuente con la vocación a que fue llamado.