La carta a los Hebreos constituye uno de los documentos novotestamentarios más importantes. Escrita por un gran erudito de las Escrituras del Antiguo Testamento. Trata temas, de la Revelación de Dios, trascendentes y trascendentales. Nos interpreta el Antiguo Testamento a la luz de la nueva manifestación de Dios en su hijo Jesucristo. Desarrolla una cristología y una soteriología de una profundidad insondable y de una dimensión universal. Es una clarificación exegética y hermenéutica de la fe.

En los tres primeros textos de este capítulo 11 la exégesis, de los mismos, nos lleva a comprender realidades tan incognoscibles, ontogénicamente, como el tiempo y el espacio. Cuestiones fundamentales, hoy, en el campo de la investigación de la ontogénesis de la realidad espacio-temporal por parte de físicos y astrofísicos. La hermenéutica que se desprende del análisis de dichos textos destruye, a mi entender, una exégesis y una hermenéutica mítica, que sigue corriendo a lo largo de los tiempos. En Heb. 11:1-3, se nos presenta a Jesucristo como la Hypóstasis de Dios, conjuntamente con lo revelado en Heb. 1:3. En Hebreos la Revelación de Dios, ya no se da por el Hijo, sino «en el Hijo». El capítulo once de esta carta constituye la revelación y manifestación por antonomasia de la Fe. En los tres primeros textos se produce una desmitificación del concepto de las creación del mundo de LA NADA.

En estos estudios, sobre la fe, se confirmará, una vez más aquella aseveración de Dietrich Bonhoeffer de que «la fe empieza donde la razón termina».